martes, agosto 28, 2007

El clásico del Mongo


El mongo era de la “U”, como su padre, abuelo, bisabuelo, tatarabuelo y así hasta su décima generación. Esa tarde había intentado quedar con sus amigos para ver el clásico, pero en su barrio, como en medio Callao, la gente veía el fútbol cada uno en su casa, y ya después salían a comentarlo. Sus primos tampoco venían esa tarde, y sólo lo acompañaba su madre que apenas empezó el partido se quedó dormida juntando dos sillas para improvisar un sofá, que no había


Cuando Marquinho metió el primer gol de Alianza Lima, de impecable folha seca, el mongo se decía así mismo: normal nomás, eso ya me lo esperaba. Se preparó una limonada bien fría y se la bebió de un tirón mientras disfrutaba del segundo gol del club de sus amores, que pocos minutos después, ya iba ganado 2-1 a los rivales de siempre. El mongo era felizy todo lo veía color crema, hasta que Hinostroza se metió por la izquierda y apenas sintió el roce de una camiseta crema se tiró al suelo como si lo hubiera atropellado un trailer. Penal. Waldir patea como sea y gol, era su mejor época, antes de que se levantara a todas las vedettes sin distinguir raza, credo o marca de ropa. El mongo no lo podía creer, y los gritos de su vecino aliancista le hacían más penoso el camino hacia lo que parecía una derrota, sobretodo después de que un par de sus jugadores favoritos fueran expulsados. Había más espacio en la cancha y los cerebros de cada equipo tenían que aprovecharlo. El mongo creía ciegamente en Martinez, el niño bonito de su equipo, pero fue otro quien aprovecho la ocasión y con un pase largo habilitó a Jayo que con un sombrerito puso a Alianza en ventaja. El vecino se moría de alegría y el mongo reprimía sus maldiciones para no despertar a mamá, que ya roncaba plácidamente entre dos sillas.


No le quedaban ganas al pobre de buscar a nadie para celebrar lo que en un principio olía a gran victoria, Matute parecía ser tan grande como el Morumbí por los pocos jugadores que había en el campo y fijo que el que el tuviera más físico ganaría el partido. El mongo se comía las uñas, mientras su vecino gritaba Arriba Alianza, carajo, con todas sus fuerzas. Sobretodo después de que Hinostroza se volviera a colar por la izquierda y ahora no se dejara caer, sino que llegó casi hasta el área chica para meterle la pelota por el primer palo al pobre arquero crema que ya no sabía qué hacer ante tamaña humillación. El comando sur hervía, Hinostroza era abrazado por todos, y Muchotrigo gritaba al cielo, fuera de sí. Ya de poco sirvió el último gol de Waldir, el sexto de los aliancistas. Al vecino se le oía borracho, y el mongo no salió esa tarde ni a comprar pan para el lonche.


Al día siguiente se encontró con la Tetas en el paradero de la combi, y ella le preguntó que dónde había estado el sábado. Él, riendo de lado le dijo, “viendo tele nomás, tranquilazo en mi house” y se volvió a poner los audífonos para escapar de ese mundo que no le gustaba. Y menos después de perder un clásico.

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