lunes, agosto 13, 2007

Salamalecum Marruecos



Oh! A kiss is still a kiss in Casablanca
But a kiss is not a kiss without your sigh
Please come back to me in Casablanca
I love you more and more each day as time goes by


La canción hablaba de Casablanca, pero fácilmente podría ser de cualquier ciudad de Marruecos. No sé cómo me dejé convencer para pasar mis vacaciones allí, con tantas historias que vomitaban los noticieros sobre el odio que se tiene hacia cualquier indicio occidental que apareciera por tierras musulmanas, pero al final, ahí me veías en el aeropuerto de Madrid esperando mi vuelo que, contra todo pronóstico, salió a la hora exacta.
Nada más bajar del avión, el viento caliente de África nos pegó en la cara, y fuimos caminando desde el avión hasta las garitas de control de pasaporte. Nada de túneles insonorizados ni mariconadas, a pelo, como los machotes. Formamos colas para el control de migración, había ocho ventanillas pero sólo dos funcionarios, y uno después de ver que esperábamos ya 10 minutos se levantó y se fue; un español envalentonado le preguntó que qué hacía y el hombre de uniforme le soltó “sólo estaba viendo mi e-mail”. Miré a Sol y le pregunté “¿segura que no estamos en Lima?”, y ella, que todo lo sabe, me contestó: “No creo que allí los policías hablen tan bien francés”. Razonamiento que sepultó mis dudas para siempre.

Ya me había preparado para lo exótico, pero la realidad superó a la ficción y cuando íbamos con nuestras maletas en un bus, sin aire acondicionado, por una calle de dos carriles que los vehículos ocupaban como si fueran cuatro, viendo por la ventanilla burros que llevaban restos de aceituna y naranjas y mujeres vestidas con túnicas acompañadas de amigas que iban en minifalda, casi me da algo. Suerte que tuve la noche para dormir en un hotel bonito, y recuperar fuerzas e ilusión pal’ dia siguiente. Vi la Koutubia, el Souk, cobras y me colgaron (a traición) una serpiente en el cuello; bebí jugo de naranja a 30 céntimos de euro, con hielo de agua sucia probablemente pero qué importa. Compré recuerdos para algunos amigos, comí tagine de pollo, ternera y cordero, couscous, y ensalada marroquí (esta última, no recomendable); nunca conseguí beber nada helado (cosa extraña en el desierto), y como su religión prohíbe el alcohol, te cobraban la cerveza como si fuera whisky. Todo bien, bonito y perfecto. Hasta que llegamos a Essaouira.

El hotel estaba en medio de la parte nueva, o sea, a 25 minutos caminando de todo lo turístico. La primera noche no supimos dónde cenar (todo cerrado a las 10) y nos metimos a un italiano que nos clavó 25 euros por un par de tapas y una botella de agua. Me reí por no llorar cuando trajeron los platos, y la camarera me preguntó si había algún problema. Obviamente dije que no, pero no volvimos. Al día siguiente, caminata hasta el centro, con su muelle, sus pescadores y sus puestos de comida improvisados al lado del mar. No resistí la tentación y comí pescado a la plancha, consiguiendo una muy memorable infección estomacal que hizo que ya no me metiera a la piscina del hotel, por temor a llenarla de residuos fecales incontrolados. A veces, cortaban la luz, y en los restaurantes ponían velas que hacía todo más romántico, pero como llegara una ventisca te quedabas a oscuras y comías del plato del otro. Cogí cariño a la ciudad y por breves segundos pensé que sería bonito volver. Al final de la travesía recordé como regatear y si no conseguí una rebaja en mi billete de avión de vuelta fue porque ya lo había pagado por internet. Mientras íbamos en el taxi, ya en Madrid, de vuelta a casa, pensé en que si algún día Sol y yo íbamos a Lima, al menos ya estaríamos bastante preparados después de esta probadita de tercer mundo.

Oh! A kiss is still a kiss in Essaouira
But a kiss is not a kiss without your sigh

No hay comentarios: