lunes, junio 02, 2008

Carne de Mangomarca


Carnola medía 1.55, pesaba 55 kilos (a ojo) y tenía los brazos gorditos, como de recién nacido. Nunca supe bien dónde vivía, ni tampoco hice muchos esfuerzos para averiguarlo. Arturo y yo se lo preguntamos una vez, y ella nos dijo que por Mangomarca, chicos, por Mangomarca vivo; pero en esos días no existía el Google Maps y ese nombre me sonaba a Madagascar, o sea, igual de lejano e inexplorado. Así que asumimos que nunca iríamos a su casa a tomar lonchecito. Sus amigas del alma, la Gordis y Chiquilidia, la seguían a todos lados, como en el cole, y si eras amigo de Carnola ellas también tenían que entrar en tus planes. Yo las conocí cuando se me perdió un diskette (mejor dicho, se me olvidó como tantas otras cosas) y ellas amablemente lo recuperaron para mí de las garras de uno de sus amigos, cuyo nombre ahora he olvidado (igualito que el diskette).

Nos gustaba la gente honrada y por eso Arturo y yo las hicimos nuestras amigas, las saludábamos al pasar aunque fueran nuevas en la universidad y nosotros ya lleváramos casi dos años en ella. ¿Te has fijado que la casaca de la Gordis se parece a la de Chayanne? Pregunté, travieso, un día y Arturo preguntó ¿en qué video? A lo que contesté Fiesta en América y reímos no sé si por la cojudez que acabábamos de soltar o por imaginarnos a la Gordis cantando hoy corren buenos tiempos ya lo sabes, buen amigo.

Carnola se aburría en la universidad, y aunque era muy tímida siempre hablaba en clase me imagino que intentando convertirse en una gran lideresa. Quizá por eso empezó a salir con un dirigente estudiantil bastante mayor que ella, un Power Ranger de gafas intelectuales que la llevaba siempre de la mano, como si fuera su hermanita menor y estuvieran a punto de cruzar la calle. Un día, Arturo y yo estábamos sentados en el balcón de la facultad de Química esperando a las mellizas y rivales (dos peliteñidas que estaban de moda por esos días) y vimos a la parejita llegar de la mano y oliendo las flores a su paso. No les dimos mayor importancia y seguimos esperando a nuestras presas, pero cuando Carnola nos vió su timidez le jugó una mala pasada y el nerviosismo, o la vergüenza, o el simple hecho de querer pasar rápidamente y quedar fuera de nuestro rango visual, o todo junto, provocó que nuestra amiga dejara de ver el camino, y tropezara con un arbusto XXS que la engulló unos segundos para escupirla dentro del jardín después, cayendo pesadamente sobre las margaritas recién florecidas y dejando a su amado con una mezcla de estupor y roche dibujada en su cara de Power Ranger. Obviamente me cagué de risa y tuve que ir corriendo hasta el meadero más cercano porque en esa época ya cobraban por usar los baños y yo no tenía ni diez céntimos para pagar la meada.

Meses después, y cuando ya Carnola había dejado al Power tirando cintura, Arturo atravesaba un bache sentimental y empezó a verla guapa. ¿No te gusta aunque sea su pelo? Me preguntaba, y yo respondía a todo que no, pero si gustas sírvete nomás, con confianza, lo animaba. No sé bien si alguna vez se mandó, pero una tarde así como comenzó (di colpo, ¡flash!) se le fue el enamoramiento y dejó el camino libre a Barbieri, Miguel, y a todo los machos around the block que intentaron sin éxito llegar al corazón de nuestra amiga, provocando tal presión en ella que no le quedó más remedio que escapar a otra universidad famosa por su ausencia de estrógeno y porque sus alumnos se excitaban sexualmente resolviendo matrices y rebatiendo teoremas.

La última vez que la vi fue en una provincia perdida de la sierra peruana, ella bailaba con un gordito que parecía ser su nuevo novio y yo intentaba sin éxito cazar algo entre el ganado local. Nos saludamos y después de muchos ¿qué es de tu vida? y qué alegría me ha dado verte prometimos llamarnos al volver a Lima, cosa que como era de esperar no hizo ninguno de los dos. Tiempo después escapé del país buscando aires mejores y creo recordar que ella no estaba en el aeropuerto para despedirme, no supe nada de su vida hasta hace unos meses cuando la descubrí en el hi5 y, sorprendido, vi en las fotos de su luna de miel, que generosamente compartía con el ciberespacio, que había estado en Roma el mismo día y casi a la misma hora que yo, paseando por la Via dei Fori Imperiali. Se lo conté a Arturo en una de esas charlas de gtalk casuales en las que me anima a escribir un libro y yo le cuento sobre el último libro o la última película que he visto. Nos sorprendió que nuestra amiga tuviera plata como para viajar a Europa de luna de miel, y nos alegró que le fuera bien en la vida, ¿sigue igual? Me preguntó mi amigo y yo, sin mentir un ápice contesté, sí, sigue igual de carnosa que siempre.

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