jueves, junio 12, 2008

Mamita, ábreme la puerta


Una tarde, después del trabajo y cuando todavía no se ocultaba el sol, descubrí que alguien había roto la llave del portal del edificio en el que vivo. Mi llave entraba, pero no giraba, y tuve que llamar al timbre para que Sol me abriera la puerta, caltelo comelcial, dije, imitando el acento de los chinos que nos dejan siempre sus sospechosamente baratos menús en el buzón, junto a los recibos de luz y las cosas que compro en ebay. Cuando entré en casa me dijo que todo el día había estado abriendo la puerta a extraños, primero fue una mujer muy educada que dijo por favor, hija ábreme que mi llave no funciona soy la del 2º C, la del perrito negro, ya sabes, y claro le abrí sin más pero me quedé viendo por la mirilla de la puerta. Yo me estaba sirviendo un vermut rojo con una rodajita de limón y dos hielos, después de comprobar que se había terminado el Rioja, eres una paranoica, le dije, seguro que hasta echaste llave a nuestra puerta.

Caminé hasta el sofá y abrí un libro de cine, que había comprado en Lyon, ella siguió con su historia.

- Y después llamó un hombre, ése es el que más me acojonó, - yo intento ver alguna foto del libro - porque tenía voz de vendedor, no le abrí pero la vieja de al lado sí, tenías que haberla oído “¿oiga?¿quién es?¿eres tú, Jose ? te abro hijo, te abro” y al minuto el tipo estaba llamando a su puerta
- ¿Cómo sabes? ¿seguías viendo por la mirilla? Qué cotilla.
- No soy cotilla, tenía miedo. Total, que era un vendedor, y cuando la vieja vió que no era el tal José le cerró la puerta en la cara.
- Pobre, hay que tener un poco de respeto, igual termino yo de vendedor también.

Esa noche recibimos a unos amigos para cenar y algún buen samaritano había dejado la puerta abierta de forma que no era necesario usar las llaves. Cuando nuestra cena terminó y despedíamos a los invitados vimos que la puerta estaba cerrada otra vez, y alguien había escrito “sierren la puerta, coño, que se nos cuelan la gentusa”. Dormí como un niño, no leí más mi libro de cine y soñé con un amor imposible. La mañana siguiente, cuando salí a comprar el pan, la puerta estaba abierta otra vez, ahora de par en par, y había otra nota a modo de respuesta “la puerta está rota, no todos podemos entrar por el garaje. P.d.: cerrar se escribe con c no con s”.

- Qué divertidos son estos vecinos, - susurré – mucho mejores que la idiota que hacía mear a su perro en el ascensor.

Volví con el pan y le conté a Sol (cuando despertó, dos horas más tarde) el episodio de las notitas de amor del portal. Estoy tentado a poner una yo, confesé, preguntaría si alguien sabe a qué satélite está orientada la antena comunitaria.
Esa tarde salimos a visitar la Feria del Libro y al volver, mojados por una inoportuna lluvia de mayo, vimos que las notas habían desaparecido y la puerta estaba cerrada. Metí mi llave, y después de un breve esfuerzo la puerta se abrió. Voy a extrañar a los epistolares, le dije guiñando un ojo. Mientras cenábamos y ella me contaba cosas, yo me imaginaba saliendo en la oscuridad de la noche, para romper, con alevosía y ventaja, la cerradura del portal.

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