viernes, junio 06, 2008

Estoy fatal de lo mío


-Cuando voy en el metro y veo a extranjeros con sus mochilas, o cansados de volver del trabajo, sin ilusión en los ojos o pensando, me imagino, en qué estará haciendo ese ser querido que está lejos, no puedo evitar identificarme con ellos. Eso, dicen los entendidos es algo completamente normal, pero no dejo de pensar que lo mío es algo que al menos debería ser tratado por algún tipo de mente superior o en el peor de los casos un psicólogo de la UNED.

>>Mis síntomas no son tan graves, no llego al extremo de fruncir el sueño o masticar un “putos fachas” cuando alguien hace un chiste sobre inmigrantes o suelta algún comentario despectivo. Cuando eso sucede, se pone de manifiesto una vez más ese amariconamiento europeísta que me ha convertido en un ser civilizado in extremis y ha enterrado además en algún lugar sin marcar una “x” en el suelo al activista confeso que había en mí, en los tiempos en que Kurt Cobain vivía. Lo mío, es extraño, porque cuando veo a un inmigrante limpiar una ventana o trabajar en la construcción bajo la lluvia intensa, pienso que pronto llegará el día de mi suerte (seguro que mi suerte cambiará) y entonces al apagarse mi buena estrella dejaría de vestir traje todos los días. ¿Quién sabe si esta gente merece, o no, un trabajo mejor?
>>Mientras estoy envuelto en esos complejos tercermundistas, me dejo comer por la culpa y llego a lamentar la buena estrella que me acompaña allá donde voy. Aunque, todo hay que decirlo, mi trabajo me ha costado lograr que cada empleo que tengo sea, siempre, mejor que el anterior. Lejos quedan los días en que, en Lima, un jefe me dijo eso de si no tienes un título no eres nada y si quiero me lavas el carro, papito; ahora que tengo un par de diplomas en el trastero de casa sólo he conseguido, como logro supremo, que mi novia lave el Kia una vez en tres años. Al día siguente llovió en Madrid y su esfuerzo se fue a la mierda.

>>Pero aparte del candor y respeto que me inspira el esfuerzo de los extranjeros por conseguir sus metas, existe un grupúsculo al que, estoy seguro, nunca llegaré a pertenecer y que despierta mis más bajos instintos de exterminio y purificación de la raza latina. Son aquellos que cuando se acerca el fin de semana puedes ver borrachos, sucios y desorientados en los barrios más populares o cerca de alguna estación de tren. Cuando la casualidad hace que comparta espacio con ellos, la vergüenza ajena me invade y deseo que reaccionen en algún momento y el síndrome del nuevo rico (pasar de ganar 100 euros a 1500 es para ellos lograr la riqueza) los abandone lo antes posible. Viví de cerca esta situación cuando un primo mío, que en Lima no trabajaba, llegó a Madrid y consiguió con mucha suerte un trabajo bien pagado. A los dos meses se había comprado a crédito un Seat negro nuevecito y volaba por las carreteras de la ciudad. Cuando empezaron a llover las multas, los choques y las deudas, y no pudo hacer frente al seguro del coche dejamos de verlo con la frecuencia a la que nos tenía acostumbrados (en mi caso no era mucha, le puse la cruz a la mínima). Cuentan que el Seat está abandonado en alguna calle, abollado y con el seguro caducado y muchas multas sin pagar.
>>Espero algún día poder disfrutar de lo poco que he conseguido sin sentir lástima por aquellos a los que les va un poco peor, tomar un vermut en una terraza del Retiro sin pensar, ¿Dios, no puedes vestirte un poquito mejor, brother? cuando veo a un inmigrante caminar con jeans, camiseta de fútbol (normalmente de la selección de su país), zapatillas blancas y gorra roja.

- ¿Con quién hablas? ¿De quién es esa foto?
- De nadie. Oye, Sol ¿no crees que debería ver un psicólogo? Estoy fatal de lo mío, estoy mu mal.

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