viernes, junio 13, 2008

Viernes 13:00


Mi amigo el supersticioso, buscó una vez en Internet el número de billete de lotería que yo, equívoco y confeso, le dije haber soñado la noche anterior. Estaba disponible en una delegación de Málaga, en un barrio pequeñito y con olor a pescaíto. Llamó y les mandó e-mails pero no obtuvo respuesta a su afán comprador. No contestan, me decía desesperado, frente a su humeante y negrísimo café, me imagino que no le has contado el sueño a nadie. Le mentí a medias, ya que aunque había dicho a un par de amigos que soñé con el número premiado, sólo a él le había dado el correcto; menos por egoísmo que por mi ya famosa mentepollo que me hacía olvidar las cosas a la velocidad del rayo.
Cuando el supersticioso buscaba un billete en autobús a Málaga, apareció en su bandeja de entrada la tan esperada respuesta, un enlace a una tienda virtual, y un “agradecemos enormemente su confiaza” para cerrar el correo. Sacó la tarjeta de crédito de su cartera y en menos de diez segundos había comprado cuatro décimos. Intenté disuadirlo, sólo es un sueño, no se cumplen, sino yo sería campeón del mundo (con Italia) y habría hecho un trio con Monica Bellucci y Giselle Bundchen; pero él ya había pagado, y feliz, como si se hubiera quitado el apéndice, me dijo que no importaba si no ganaba nada, lo peor hubiera sido quedarse con la duda eterna.

Cuando era niño, ayudaba a mamá en la cocina, en un principio obligado por su frustración de no tener una hija mayor, y después le cogí el gustito y hasta la superé en casi todos los platos (confieso que el cebiche se me resiste, forever). Una tarde, mientras preparábamos algo que llevaba pato, tiré accidentalmente la sal sobre la mesa. Ella, casi histérica y asustadísima gritó nos vas a traer la mala suerte, no lo toques, no lo toques, y acto seguido tiró un chorro de agua encima, formando una cruz mientras yo miraba estupefacto el ritual y preguntándome si la sal estaría poseída por Bazuzu, el mismo demonio que se le metió a Reagan, en la primera película del Exorcista. Recogió la sal con un trapo que luego quemó y me expulsó de la cocina. No opuse resistencia temiendo que me bendijera a mí también, y al pasar al salón, tiré un espejo al suelo y lo hice trizas.
No, no, no, explotó, hay que enterrarlos lejos de la casa. Recogió los trocitos y los metió en una bolsa negra, para que la mala suerte no nos encuentre, corrió hasta el parque y a la sombra de un fresno, le dio al espejo cristiana sepultura.

Katty fue la primera en sacarse el carnet de conducir, y llevaba el VW viejo de su abuelo, y de vez en cuando nos daba un paseo a los escogidos, que éramos aquellos que también babeabamos por ella, pero que además teníamos el privilegio de poder sentarnos en su sofá a tomar Inka Cola con galletitas. Iba yo en el asiento de copiloto cuando al doblar una esquina nos encontramos un gato negro que, inmóvil, nos observaba como si fuéramos el Guernica, con la cabeza de lado y todo. Putamare, nos va a salar, dijo ella, bájate y mátalo, tíralo al rio, me ordenó. Me vinieron a la mente versos de Edgar Allan Poe: “Una mañana, obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo remordimiento me apretaba el corazón”. Intenté calmarla, no somos Sicilianos, le dije, además en Inglaterra, el gato negro es símbolo de buena suerte. Ella seguía tocando el claxon y el puto gato se quedaba inmóvil, esto no es Londres, sollozó, y ese gato de mierda tiene más sarna que mi abuelo, no nos da suerte ni cagando.

Hoy es viernes 13, no he soñado con billetes premiados ni he tirado la sal (eso fue anoche, y el guiso quedó incomible). Me quedé atascado en la M-30 durante 45 minutos para un recorrido que debía durar 5 y, no sé por qué, un molestísimo escorbuto ha surgido en un lateral de mi lengua, lo que me obliga a estar más callado de lo normal. Sin embargo, Rafa ha encontrado una tele de oferta, y al salir iré a verla, toda la próxima semana mi jefe estará de vacaciones y mi compañero saldrá de viaje, por lo menos hasta el jueves. He conseguido un vuelo casi gratis a New York y es muy probable que en un par de semanas esté cenando en Broadway. Si veo un gato negro, le sonreiré como siempre, y me imaginaré que está dibujado por Toulouse-Lautrec. El sol ha salido y “I need to laugh and when the sun is out/I've got something I can laugh about”. Es viernes, no sé como alguien puede creer que eso es mala suerte.

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