lunes, agosto 04, 2008

Las de la intuición


He traído dos pechugas de pollo, una manzana y he comprado una coca-cola (light) de la máquina de la cocina. No hay nadie más en la mesa, y eso es muy raro porque a esta hora se supone que ya ha llegado, al menos, Bea. Entra Rubén, abre sus cuatro tupper y dos minutos después llega Adán. ¿Qué pasa, tronco? Dice uno, hoy, con corazoncitos, dice el otro. No sé de qué hablan, ni pregunto, total, hace tiempo que me he rendido y ya no intento entender sus chistes, así como ellos tampoco entienden los míos. Me miran sorprendidos de que no pregunte nada y yo, haciéndome el interesante, sigo entretenido pensando en las pechugas (de pollo). Ya hablarán.

Adán dice que debe ser el calor, tío, ahora las pibas se ponen menos ropa. Sorbo a mi coca-cola, empiezo a imaginar ya de qué hablan.

Rubén contesta, que sí, colega, pero es que esta piba debería cortarse un poquito, que tiene hijas, tronco. Tiene hijas, ya sé de quién hablan. Ella se sienta en lo que desde mi posición serían las 2100. Es delgada, alta, coqueta, y su cara algo trajinada muestra aún signos de una belleza simple que se va apagando con el paso de los días. Siempre me ha caído bien, es de esas personas que van de frente, además, cuando bebe, se pone muy cariñosa y más de una vez me ha regalado un par de caricias como si le recordara al gato (llamémoslo Bobo) que perdió durante su niñez.

Sigo a lo mío, total, ya sé de que va el tema. Pechuga pa’ dentro, cocacola, agua, lechuga, pechuga, pechuga, lechuga, tomate cherry, más cocacola. Venga tío, me interpelan, ¿nunca le has visto las bragas?. Pechuga en la tráquea y lechuga que vuelve al plato. ¿Locualo? Uno de ellos insiste, las bragas, si se le ven a cien metros, tronco. Reconozco entonces que nunca me ha dado por ahí, más por desinterés que por cobardía, no es de las que me coma con los ojos, precisamente, remato. Ellos dicen que tampoco es una de las que se llevarían al huerto, pero que la tía usa un día sí, y el otro también, minifaldas de quinceañera, que se agradecen en las quinceañeras, pero que en ella hace que parezca que en vez de piernas, le cuelgan dos hilos de la tela. Nos reímos, despiadados, crueles, hijos de puta, y desvío la conversación a las adolescentes borrachas, que ellas sí, enseñan y mucho los viernes por la noche, cuando se duermen despatarradas en el metro.

Termina la hora de comer. Ahora que mi jefe está de vacaciones tengo más libertad de movimientos, y ya con el tema in my mind miro, como quién no quiere la cosa. Allí estaban, amarillas, con flores y algo rotas. Debe ser la única vez que he desviado la mirada con tanta rapidez, incluso creo que mi movimiento fue demasiado obvio porque ella se acomodó la falda con la mano izquierda, mientras que con la derecha seguía trabajando en sus cosas. Avergonzado, no miré más, y las 2100 quedaron vetadas durante el resto del día.

Al día siguiente Rubén se me acerca y, con mucha discreción me dice, ayer florecitas, ¿eh? Asiento incómodo, me han descubierto y ahora soy uno más de su clan. Me siento y despacho los tres correos diarios que me llegan, leo algo, busco información, imprimo algo y cuando voy a recoger lo impreso allí estaban, azul como el mar azul, azul como una lágrima cuando hay perdón, tan puro y tan azul que me embriagó el corazón. Ahora ella parecía no haber notado mi indiscreción, porque, aunque a veces esté con las piernas abiertas no es, creo, una invitación para que los demás rebusquemos con la mirada en aquél rincón. Digo yo. El caso es que no importaba el momento del día, la hora, lo que hiciera, cada vez que giraba hacia mi izquierda, estaba allí la marea azul.

Al final del día, ya sabía cuál sería el tema de conversación, que si ésta no folla lo suficiente, que las hijas la tienen loca, que si está pidiendo algo a gritos. Me inventé una historia, como siempre, y cuando empezaron con el tema, le dije a Rubén, que la de las bragas lo miraba de mala manera, te mira el paquete, tronco, ¿no te has dado cuenta? Se puso blanco y estuvo mudo hasta que Adán nos dejó en el metro. Cuando llegó el tren rompió su silencio, y me preguntó ¿en serio, tío, me estaba mirando? Le dije que igual era mi imaginación, y lo dejé más tranquilo. Han pasado ya varios días sin que ninguno de los dos mencione el tema, y eso me ha dado mucha tranquilidad porque no hay nada que odie más que las conversaciones monotemáticas. Además, ella se ha ido de vacaciones.

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