jueves, agosto 14, 2008

Los Cuentos de la Cripta


- Hola guapetón.
- Buenos días, Teresa, - contesto sonriente - has llegado tarde hoy, ¿qué pasa, te has quedado dormida?
- No, no, he llegado antes que tú, pero estaba regando las plantas.
- A ver si no matas éstas.
- Uy, no digas eso, que lo pasé fatal – se pone una mano en el pecho, drama queen -. Esas ya estaban medio muertas cuando entré, a éstas hasta les hablo, porque hay que hablarlas, a las plantitas, para que crezcan.
- Eso lo vi en una peli de Almodóvar.
- No veo cine español.

Está confirmado ya que iré solo al cine. Anoche Sol volvió a dar signos de vida y después de contar su alegría por la medalla de oro en lucha, que Francia ha obtenido en los juegos olímpicos (¿Perú ha ido?), me confirma que llegará minutos antes de que salgamos para Liverpool. El hotel está ya reservado, y tenemos uno también en Londres para el fin de semana, porque quiero pasear por el mercado de Camden, y Notting Hill. Abro mi correo y en el gtalk aparece Zico. Habla pezuñento, le digo, hola briso, me contesta.

- Oe, viene el Nero. Ya le dan visa a cualquiera – escribo, no hay ningún jefe a la vista, puedo chatear tranquilo.
- Si compare’, oe recógelo pe’.
- No creo que pueda, pero hemos quedado en tomar unas chelas, cuando esté en Madrid.
- Oe briso, ¿por qué no escribes la historia del Nero?
- Lo he intentado, pero cada vez que empiezo me cago de risa – confieso, sin exagerar.

La historia a la que Zico se refiere no es la biografía del Nero, sino un episodio caricaturesco, de esos que se cuentan en noches de borrachera y nadie suele creer. Estábamos todos en casa de Quique Pucusana, éramos los de siempre: Vázquez, Zico, la Kika, el Nero y yo, y alguno que otro invitado sorpresa como Ely que vino con un par de amigas. Compramos trago y la idea era emborracharnos frente al mar, alumbrados por una fogata, como en las películas gringas, o el Chavo en Acapulco. Bajamos hacia la playa y por el camino vimos enormes grillos que Quique Pucusana se apresuró a decir que habían salido de no se sabe dónde, pero que no era normal que hubiera tantos por las calles. Matamos algunos al caminar, Zico dijo que eran una de las siete plagas, se acerca el fin del mundo, causa. Ely se rió, y su risa sonora lleno el callejón en el que buscábamos leña; una de sus amigas, Marisol, quiso imitar su risa pero no tuvo éxito y Vázquez se apresuró a decir es buena gente pero tiene la risa de Skeletor.
No había estrellas y la noche era, más bien, fea, con tantos grillos volando alrededor. Algunos eran más grandes que mi mano. Uno se paró en la cabeza de Marisol, y murió al instante, creo que de un infarto. Pasamos por debajo de un puente y nos tiramos en la arena frente a la casa de Gisela Valcárcel. Intentamos quemar la madera, pero el fuego nunca encendió y nos quedamos allí, con frío, bebiendo ron como cosacos para intentar calentarnos. Las botellas iban y venían, también los chistes, las bromas, y las miraditas furtivas en plan mira que buena estoy, y si tú me dices ven lo dejo todo. Me entretenía pensando en que iba a cruzar ese mar muy pronto y mis amigos no lo sabían. Quise levantarme a dar una vuelta por la playa, y entonces noté el efecto del ron barato en forma de un mareo que me sentó en la arena otra vez, como si la brisa del mar me hubiera dado un manazo en toda la cara. El Nero bebía más que nadie. Él y la Kika hablaban de una flaca que trabajaba frente a la universidad y de la que la Kika estaba templada hasta los huesos, aunque nunca quiso admitirlo. Una vez hasta le cantamos una de Nirvana en plan serenata, como premio ella se chapó a la Kika detrás de unos matorrales, dejándolo sedita y enamorado para el resto de sus días. Echo una felina, diría Zico, una enamorada.

Se me ocurrió que podía unirme a ese grupo, pero la Kika reaccionó de mala manera. No a mi incursión en su espacio, sino a algo que dijo el Nero (y nunca me contó). Se quitó la ropa más rápido que Clark Kent y después de correr por la orilla se metió a las heladas aguas, en pelotas. El Nero gritaba desde fuera, Kika, kika, vuelve, huevón, la oscuridad no nos dejaba ver si seguía vivo, pero después de unos momentos de angustia lo vimos salir a cien metros de distancia de donde estábamos con el pelo empapado y el sexo encogido. Lo secamos, y tras un rato de incertidumbre el Nero rompió el hielo y se metió medio litro de ron, él solito. No sé por cuanto tiempo más bebimos, pero debió ser mucho porque terminé durmiendo en el cuarto de las chicas, mientras mis amigos dormían todos en la habitación de al lado. Fui el primero en despertar, con una resaca del carajo y el espejo del baño me devolvió mi primera imagen lamentable después de una borrachera, imagen que me acompaña hasta el día de hoy. Miré a través del cristal a mis amigos y me recordaron la vez en que encontré una camada de perritos en el mercado. Golpeé la ventana y Vázquez abrió un ojo. Segundos después su cara de llenó de pavor, se cogió la garganta con ansiedad y aguantando el vómito salió disparado del cuarto. Cuando abrió la puerta entendí su desesperación, pues un poco del aire enrarecido escapó de su prisión y me envolvió por unos segundos. Putamare, gritó, el Nero nos ha reventado a pedos mientras dormía. Nos mojamos la cara para despejarnos y esperamos un par de minutos sólo para comprobar que Zico salía, a rastras, y escupiendo la poca saliva que uno tiene por las mañanas.
- Ese Nero ha comido basura – dijo Vázquez
- Es el peor pedo de la historia – dije – deberíamos darle un premio.
- Un desatorador – dijo Zico, todavía mojándose la cara.

Vázquez fue a buscar su cepillo de dientes en la maleta, y nosotros lo acompañamos, imaginándonos que si tiramos un fósforo al cuarto del Nero, que seguía dormido, fijo que había una explosión casi nuclear. Se reventaban todas las lunas de Pucusana, dijo uno, el Nero saldría más Nero de la explosión, huevón, dijo otro, puta que huele a perro que se ha bañado en el río, no, peor, dije yo. Volvimos al baño y Vázquez entró solo, Zico y yo nos sentamos en el suelo, respirando por la boca, por temor a que el hedor siguiera en el ambiente.
La puerta del baño se abrió de una patada y Vázquez salió temblando, su cara estaba blanca y sus ojos desorbitados. Lo sujetamos de las axilas y él sólo se limitó a señalar hacia el baño, como señalan los niños al malote que le ha quitado el caramelo. Zico y yo comprobamos entonces el motivo del susto: Marisol salía del baño, en camisón, sin maquillaje, despeinada, y echando espuma (después descubrimos que era pasta de dientes) por la boca. Dejamos de mirarla al instante, temerosos de convertirnos, ahí mismito, en piedra.

El escándalo despertó al Nero, que salió envuelto en una frazada y rodeado de una especie de nube verde. Tanta bulla, carajo. Nos alejamos un poco, esperando a que el aire despejara sus olores nocturnos. Después de diez minutos lo dejamos sentarse a nuestro lado. Le contamos lo sucedido y no podía creerlo. Como la puerta del cuarto seguía cerrada creímos que era buena idea hacerlo sentir su propio pedo, sale de ti, dijo Zico, es como un hijo. Abrimos la puerta y aguantamos la respiración. En el suelo, muertos y juraría que con expresión aterrorizada, encontramos más de 40 grillos.

- No sé si podré escribir eso – le digo a Zico, en el chat - el Nero es buena gente, y además sería muy larga la historia.
- Escríbelo Briso, - me anima - escríbelo para cagarme de risa.

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