lunes, octubre 20, 2008

Casablanca (con lacito)


No sabía qué regalar a Sol por su cumpleaños, y al final me decidí por llevarla a cenar a Casablanca.

El Boulevard Lala Yacout no se caracteriza especialmente por su belleza. Las paredes castigadas por el clima seco dejan ver que necesitan, ya, una nueva capa de pintura. Los lugareños nos miran extrañados, como mirábamos nosotros a las mujeres con burka, y cuando entramos a la calle Mohammed V, Sol ya no puede más y fastidiada me dice ¿qué pasa, estos nunca han visto una rubia o qué?, a lo que yo contesto, ¡una rubia!, ¿dónde?, avivando su cólera.
Las tiendas se asemejan mucho en su desorden a mi horrible Jirón de la Unión (sólo embellecido por Cati Caballero, en la ya desaparecida serie “La Fuerza Fénix”) y todos aseguran tener las mejores soldes. Veo unos zapatos, pero los modelos no me convencen y dos tiendas más allá nos rendimos, resignados a tener que gastar nuestros euros en alguna zapatería de Madrid. Algunos metros más adelante descubrimos un café con buena pinta, y entramos. Yo pido unas crêpes y jus de papaye, Sol un thé à la mente y cuando nos traen la cuenta nos da la risa: 30 Dirhams, o sea, 3 pavos. Reímos y recordamos mi jugo de naranja de 30 céntimos en Marrakech, ¿qué será de mi amigo Mustafa?, pienso en voz alta, y le pido al camarero la clave de la red wi-fi para poder conectarme con el móvil y ver mis correos. Me ha escrito Verónica.

Volvemos al hotel y nos quedamos en el lobby. Me tiro en un sillón para ver mejor la decoración y la luz del sol me llega coloreada por los cristales.

- He escogido un buen restaurante para celebrar tu cumple.
- ¿Ah, si? ¿Cual?
- Es el segundo mejor restaurante de Casablanca, el primero no me gustó, se llama Le Pilotis y está en La Corniche, frente al mar.
- Suena bien.
- Sí, hazme un favor, llama y confirma la reserva, tu francés es mejor que el mio.
- Bien sur.

El taxista se perdió y casi nadie sabía donde estaba el restaurante. Por suerte encontramos una rubia espectacular y ella nos guió, cual hada de los mares, casi hasta nuestra mesa. Comimos y bebimos con tranquilidad, disfrutando del inmejorable ambiente y el rumor de las olas del mar.

- Joyeux anniversaire, Sol.
- Merci.

La cena termina y tras comprobar que uno de los franceses de la mesa de al lado llevaba las bikkembergs que me quiero comprar, me despido de los camareros agradeciéndoles, propina en mano, el buen servicio. Al volver el taxista se perdió otra vez y nos dejó a diez minutos del hotel. Mientras caminábamos, mi sentido arácnido detectó a un marroquí que nos seguía y para despistarlo nos metimos en una cafetería, haciendo como preguntábamos por la calle Colbert. El dependiente de la cafetería no entendía nuestro mapa y, frustrados, retomamos nuestra búsqueda. Ya en el hotel comprendí que para él, ver los caracteres occidentales era tan difícil como si yo intentara leer un mapa en japonés. Al menos lo intentó, y gracias a sus indicaciones conseguimos orientarnos un poco mejor. Me dormí escuchando a Chenoa.

Soñé con cobras, mezquitas y malecones; olas que se rompían contra las piedras y guapas morenas de ojos infinitos. Vi también medinas de calles laberínticas y souks aromatizados por especias y pieles secas, compré en mi sueño unas Converse y una camiseta de fútbol de la selección marroquí, regateé por unos adornos y comí tagine hasta reventar; cuando terminó el festín subí a un taxi que al llegar a una rotonda se convirtió en oveja con alas y me llevó volando hasta el Callao, con Chenoa como soundtrack (Tengo razones para entenderte/ tengo maneras de darte suerte/ tengo mil formas de decir que sí, que todo irá bien). Cuando tocamos tierra, mis amigos me esperaban sonrientes y me pellizcaban para ver que era real, esquivaba sus pellizcos, pero ellos insistían hasta hacerme daño. Horas más tarde, al despertar, supe que esos pellizcos eran en realidad picaduras de mosquitos que se habían ensañado con mis brazos.

Desperté a Sol y nos preparamos para volver a Madrid en el vuelo de las dos de la tarde. ¿te ha gustado el regalo? Pregunto, y ella dice que sí, que ha estado bien volver a Marruecos como regalo, que eso es mucho mejor que un ramo de flores o chocolates. Nos levantamos de la cama y las tripas nos crujen con saña: no estamos preparados para comidas tan condimentadas. Desayunamos algo ligero y volvemos a casa, yo pensando en que tengo que planchar mis camisas para la semana de trabajo y Sol retorciéndose de dolor y deseando matar a la tripulación de easyjet que no paró de vender loterías, perfumes y sandwichs de chorizo, durante todo el vuelo.

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