lunes, octubre 13, 2008

La muñeca medieval


Me encantan los mercados medievales. Es lo que más me gustó cuando llegué a Alcalá de Henares, porque las calles de piedra, los monasterios, conventos y edificios de la universidad se prestan a la perfección para recrear la edad media y sentir por un momento que todo lo demás no existe, que fuera de ese mercado se acaba el mundo. Por eso había decidido que ese domingo no jugaría al fútbol, sino que estaría en el mercado lo antes posible, me subiría a mi coche y llegaría en veinte minutos a casa de mamá, veríamos juntos la F1 (aunque ya sabíamos que Alonso había ganado) y después de picar algo saldríamos a comer de verdad en los puestos con barbacoa.

Mi tío el ingeniero se apuntó a último momento, y me alegró que compartiera con nosotros lo que para mí era una fiesta. Salimos hacia el centro de la ciudad a eso de las tres y enfilamos directamente a los puestos de comida. En nuestro camino encontramos una chica de mirada dulce, y llamativos vestidos, pero no quisimos prestarle atención. Mientras pedíamos medievalmente unas raciones de costillas y unos litros de cerveza vimos desde lejos a la hija de mi tío (mi prima, vamos) dar una voltereta y caer pesadamente sobre su espalda de cinco años. Quisimos correr a salvarla y yo ya estaba marcando el 911 en mi móvil pero su padre nos tranquilizó diciendo que la niña era de goma y eso no era nada, que había que haberla visto el día que saltó desde el sofá y cayó de cabeza sobre la alfombra, creímos que se había desnucado, contaba, pero al segundo saltó y gritó ¡tacháaan! con las manos levantadas. Asentí nervioso pero ya no la perdí de vista, ni yo ni la hermosa chica medieval que apareció otra vez y vendía collares de artesanía, mientras jugaba alegremente con los niños a su alrededor. La imaginé entonces, creo que por culpa del calor que me pegaba directamente, como una grácil Dulcinea y yo era su Quijote loco.

Sentados en una de las mesas, mi familia y yo hablábamos del informe del FMI, según el cual España entrará en recesión en 2009 y Perú crecera un 2,5 por ciento. Comentamos también el penúltimo escándalo político en el que estaba envuelto todo el gabinete de nuestro país, y como el presidente había cortado por lo sano quitando a todo el mundo la inmunidad diplomática. Mi tío el ingeniero volvió entonces a las andadas e inistió con lo de la empresa multidisciplinar que quería hacer junto a mi hermano y, pese a mis advertencias, yo mismo. Le expliqué que no quería programar, que lo odiaba, y él, como siempre, me dijo que yo lo que quería era ser poeta. Escritor, corregí, y me distraje otra vez viendo a la muñeca medieval, que ahora, vendía alegremente uno de sus collares de piedras de colores. No vi cuando un trozo de costilla murió ahogada dentro de mi vaso de cerveza. Sol y mi hermana anunciaron que se iban a recorrer la feria y les hicimos chau con la mano. Minutos después la maldije porque se había llevado mi cartera y le había puesto un presupuesto limitado (los 30 euros de mis bolsillos) a nuestra medieval borrachera.
Tengo cervezas en mi casa, dijo mi hermano cuando le propusimos que compre algo para beber. Supe entonces, que yo no estaba invitado ya que su mujer me odia (botellita de jerez) y no consideré apropiado que me sentara en su salón a charlar amigablemente. Estuve tentado a hacerlo, total, mi hermano no me iba a cerrar las puertas y ella seguramente se escondería en su habitación hasta que me fuese.

Sol me llamó, el espectáculo de cetrería estaba punto de comenzar.

Los halcones volaban sobre mi cabeza y, al azar, se posaban sobre los hombros del público. Rogaba que me escogiera, huelo bien halconcito, no eres alérgico a Bulgari, ¿no?, ven pósate sobre mi hombro y lo tomaré como una señal del infierno. No hubo forma, el halcón escogió al hombre que estaba justo a mi lado y sólo me quedó el consuelo de preguntarle si sus garras le habían hecho daño, a lo que él, dándome más información de la necesaria contestó: las garras de mi amante son peores. Cuando el espectáculo acabó (y mi sobrino desquitó su furia pateando a un vendedor de globos que perdió tres Nemos y un Mickey) me hundí en el mercado buscando algo de queso, miel, té, pasteles y comics, porque no sé por qué, siempre hay un puesto de comics entre tanto medievo. El queso era excesivamente caro, y pasé de largo. Los pasteles habían sido invadidos por moscas que tenían mis mismos gustos culinarios, y la miel no parecía ser lo suficientemente marrón para Sol. Compramos té con almendras y comics de Batman y Superman, además de un libro viejo de Georges Simenon que se ha convertido en uno de mis escritores favoritos.
Nos despedimos de todos, que ya iban hacia la casa de mi hermano, y subimos al coche para volver a Madrid.

De camino Sol llamó a una amiga francesa y quedaron para tomar un café en la calle Arenal. Acepté acompañarla y terminé así la jornada medieval, escuchando a la chica de Lille (cuyo nombre no recuerdo) de linda sonrisa, mientras deseaba volver a ver algún dia a Dulcinea, aunque seguramente sin su look ancestral no la reconoceré, y pasará a mi lado sin mirarme para, como los halcones, posarse sobre el hombro de cualquier otro paisano.

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