jueves, octubre 23, 2008

La venganza nunca es buena (mata el alma y la envenena)


Rocío ha tenido la venganza servida en plato frío, lista para comerse, con un lacito de adorno, y no lo ha aprovechado. Eso dice mucho de ella, y a mi me regocija, en parte porque me hace recuperar un poco (muy poco) la confianza en el ser humano, y principalmente porque el objeto de la venganza, el plato frío, el cerdo con la manzana en la boca, era Johnny Pacheco (o sea, yo).

Hace meses, más o menos cuando hacía calorcito rico por las mañanas, subí al autobús como siempre: medio dormido, escuchando algún disco de los Beatles, leyendo un libro, y sentado en los asientos traseros. Hice el viaje de camino a la oficina distraído, concentrado en mi lectura infructuosa de un libro de Proust y pensando en qué inventarme en las siguientes ocho horas para parecer productivo en el trabajo. Al doblar por la Calle Deyanira y ver pasar la fachada de la oficina por la ventanilla, le di al timbre y avisé así al conductor que me bajo oiga, que ya estuvo bueno de paseitos. Desde la puerta vi a Rocío leer interesadísima su periódico gratuito y, no sé por qué, la dejé así, sentadita y sin saber que se estaba pasando de parada. Me sentí culpable, canalla, y muy vivo.

Veinticinco minutos después, la pobre llegó a su sitio sudorosa y se sentó pesadamente sobre su silla Offiprix, rojo sangre.

- ¿Qué pasa, Roci, te has dormido en el bus? – pregunté, usando mi teléfono, y mirando unos documentos para que pareciera que trabajaba.
- ¿Y tú cómo lo sabes?
- Porque iba en el autobús – risita, mi diablito se carcajea en mi hombro izquierdo.
- ¡Qué cabrón! – indignada, me mira desde su sitio, y yo sigo con mis hojas en blanco - ¿Por qué no me has avisado?
- No sé, creía que ibas a otro lado.
-...

De más está decir que juró venganza, que dijo que ésta me la guardaba. Y eso, en una chica de Moratalaz, es más que una promesa, es un juramento firmado con sangre en las paredes de la M-30 o en los patios del Ruedo. Intenté congraciarme con ella, porque así soy yo: un cabrón confeso que a veces se siente culpable, pero que en lugar de arrepentirse por las putadas que hace (y disfruta) prefiere subsanar la felonía con un regalito, una sonrisita dulce o un quiéreme tal como soy, con mis noches y mis días. Le compré chicles, le traje un lápiz de New York y le ofrecí llevarla a comer uno de esos días en que la oficina se vuelve un claustro y apetece respirar algo que no huela a lavanda barata. Aceptó los regalos, pero no la comida, y a modo de remember me dijo una tarde te la tengo guardada, que lo sepas, sin que viniera a cuento, y dejándome en mi sitio cagado de miedo e imaginándola esperándome en una esquina con diez litros de alquitrán y un saco de plumas de pollo. Todo marca ACME.

Así pasaron los días, y los meses, hasta hoy.

Subimos juntos al autobús, después de congelarnos en la parada y comentando que junto al periódico gratuito venían unos chicles que parecían pastillas de vieja. Me senté detrás de ella, porque no había más asientos libres, y me hundí en mi lectura del Goodbye, Columbus de Roth. Brenda y Neil retozaban de lo lindo y disfrutaban su joven sexualidad mientras el hermano mayor planeaba casarse con su novia, a la que había dejado embarazada. Las páginas pasaban como hojas que se lleva el viento de este nuevo otoño madrileño y, si no fuera por Rocío que me tocó el hombro, yo hubiera volado junto a las hojas y terminado en algún lugar de la horrible Coslada. Bajamos presurosos, pues en Madrid si no bajas del autobús cuando se abren las puertas te jodes y esperas a la próxima parada aunque rueges al chofer, y, confuso, le pregunté ¿Por qué no te has vengado? Lo tenías a huevo.

- No sé, no soy tan mala – dijo sonriendo.
- Estaba en la misma situación que tú, en mi mundo, era la oportunidad perfecta.
- Ya.
- No creo que tengas otra ocasión.
- Igual sí, yo que tú no me descuidaba tanto.

Y seguimos caminando hacia la oficina. Ella sonriendo, imagino que cocinando una venganza mejor, y yo, cerdo con la manzana en la boca, seguro de que la próxima vez tome un café revisaré todo con minuciosidad, no vaya a ser que la muy cabrona cambie el agua de la máquina por gasolina.

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