martes, octubre 28, 2008

Greased Lightnin'


Sapo Gordo llegó al taller contento, rojísimo, y lleno de una conchuda vitalidad. Nos encontró barriendo la grasa con aserrín, y saludó efusivamente al profesor Palpa, encargado hasta fin de año de enseñarnos todititos los secretos de la mecánica automotriz. Después del abrazo, le dijo algo así como ahí te dejo a mi cachorro, y, posándose sobre sus cuatro patas se fue dando saltos y croando por los pasillos del colegio. No está demás decir que Sapo Gordo era nuestro ilustre director.

Chula y yo fuimos los escogidos para darle unos retoques al famoso cachorro, que no era otra cosa que un destartalado VW del 70. Hay que hacerle un afinamiento alumno, dijo el profe, porque aunque frente a él hubieran 15 personas siempre se refería a nosotros en singular: alumno; un afinamiento general. Lo primero que revisamos fueron las luces: las de paso, las de dirección y las de niebla. Éstas últimas estaban dañadas, y cuando lo reportamos recibimos un qué chucha, déjalo así nomás, alumno, como toda respuesta.
Chula descubrió, entonces, que la luz de las bujías estaba por encima de lo que mandaba el único libro de mecánica que había en todo el Politécnico (fotocopiado y con mil manchas de grasa) y nos pusimos a calibrarlas con el mayor esmero que dan los catorce años. Después, yo encontré demasiado acelerado el acelerador, muy carburante el carburador y poco frenadores los frenos. Chula apoyó mi veredicto con un movimiento del glande e hicimos lo que considerábamos necesario. Cuando Palpa venía a ver cómo íbamos le decíamos que todo ok, profe, sereno moreno, y él seguía inmerso en la preparación de las fiestas del colegio en donde, según se comentaba, por fin se atrevería a confesar su amor a la profesora de Biología, que estaba buena. Veías a Palpa cuando se acercaba el recreo y siempre estaba frente al espejo, quitándose las últimas manchas de grasa y lavándose las manos con Ariel. Tenía difícil la conquista, todos lo sabíamos, pues la de Biología se había encerrado una tarde con el de Literatura en el cuarto de las colchonetas y, según decían, se habían quedado allí por más de veinte minutos. Tiempo suficiente, Palpa, eso te pasa por tener un apellido tan raro y apestar siempre a petróleo.

Sapo Gordo venía saltando a vernos un día sí y el otro también. Lo quiero para el viernes, croac, que me voy a Chosica, croac croac, si sale bien se aseguran los primeros puestos al fin de año, alumnos, croaaaac; decía, y estirando su lengua atrapaba una mosca y tras comerla se iba relamiéndose del gusto.

Una mañana, al volver al colegio (nos escapábamos de vez en cuando a jugar al fútbol con la gente de Dulanto), Chula creyó que los cables del alternador estaban demasiado sucios y que, si los cambiábamos nos asegurábamos un sitio en el cuadro de honor del colegio. Me veía yo entonces recuperando el lugar que hasta el año pasado me correspondía y me fue arrebatado cuando alguien me delató y se supo que fui yo quien le tiro una mochila llena de libros, desde el cuarto piso, al pobre profesor de Arte (más conocido como el Amo del Calabozo). Mamá volvería a sonreír cuando mi foto adornara otra vez la orla de todos los años, y yo estaría feliz porque ella era feliz. Los cambiamos entonces, le dije, y Chula se metió al almacén y dos minutos después traía un nuevo matojo de cables.

Quitamos los viejos y los tiramos al montón de basura que los de primer año se encargaban de limpiar. Creo que el rojo va a acá, me dijo, y el amarillo al otro lado ¿no? Dije yo. Palpa, parecía sentirse satisfecho con su nuevo peinado Patrick Swayze de barriada, y ensayaba caritas triunfadoras con su espejo de mecánico. Conectamos los cables, la batería, y sonó el timbre de recreo. Nos quitamos la ropa de trabajo y debajo llevábamos lista ya la de jugar al fútbol. Jugamos un par de partidos en los que, como siempre, hice un par de goles, y cuando ya volvíamos al taller escuchamos la explosión.

Los policías escolares, grandes incomprendidos y entrenados para estos siniestros, hicieron lo que mejor sabían hacer: bloquear todas las salidas de emergencia hasta que el brigadier general ordenara que se dejase pasar al alumnado. Los profesores dejaron sus tazas de café bailando sobre las mesas y corrieron a refugiarse detrás del kiosko de la tía veneno, que a su vez, se comió los cuatro panes con atún que le sobraron, no vaya a ser que me los roben estos jijunas, dicen que dijo. La de Biología salió del cuarto de colchonetas acomodándose la falda seguida del de Literatura y cuando Palpa los vio disimuló lo mejor que pudo, pero mil pedazos de su corazón volaron por toda la habitación y Patrick Swayze se convirtió en Cantinflas. Chula y yo creíamos que todo el alboroto era culpa de Sendero Luminoso y no supimos lo que nos esperaba hasta que vimos a Sapo Gordo llegar con la camisa chamuscada y el pelo negro. Tosió y escupió algo negro sobre el patio central y con el dedito le hizo ven acá a Palpa, al que sólo le faltaba esa tarde que un perro callejero le meara en la pierna derecha.

Una semana después, nuestros padres aprobaban en consejo estudiantil el presupuesto de 345 soles con 87 céntimos asignado a la reparación del sistema eléctrico central del VW escarabajo propiedad de nuestro insigne director, don Máximo Giménez (alias Sapo Gordo) de matrícula BMN 1638, dañado involuntariamente por el alumnado cuando se hallaba en calidad de material docente. Fírmese, regístrese, publíquese y archívese. Chula y yo fuimos condenados a no tocar, nunca más, nada del taller y nuestras únicas herramientas en los dos años futuros fueron la escoba, el aserrín y el recogedor. Croac.

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