martes, julio 01, 2008

Amargura señores, que a veces me da


La última vez que preparó un cebiche, fue también la primera vez que la chica de la farmacia bailó con la música de Green Hornet de fondo. El Mongo lo había intentado, pero maestra vida camará, te da y te quita, te quita y te da, esa combinación mal hecha de pescado, cebollas, limón y mariscos había sido rechazada hasta por el perro del barrio. El mal rato le provocó dolores de cabeza, que ni siquiera una maratón improvisada de Baywatch pudieron quitarle y al terminar la tarde, fue a pedir consejo a la chica de la farmacia, que de estas cosas sabía un poco más que él.

Una vieja había llegado antes, y los minutos de espera, como siempre, se le hacían interminables. Cuando al fin llegó su turno dijo a duras penas que quería algo para la cabeza, y ella respondió que tenía un gorrito muy bonito, que había comprado en Tacna. El Mongo le mostró su sonrisa no jodas mamita, porque sabía que ella nunca le haría caso, así que ni siquiera se esforzó lo más mínimo por seguir el juego. Dame una aspirina mejor, sugirió.

- Tu vives en la casa de dos pisos ¿no? – preguntó, agachada, cogiendo una caja de aspirinas y dejando ver su generoso escote.
- Sí, ese soy yo - mirando el reloj.
- Hasta acá se escucha tu música. Eres fan de Nirvana, Aerosmith y a veces un poco de Luis Miguel. Una combinación bastante rara.

Aspirinas en bolsita. Monedas en la mesa. Hasta la vista, baby ¿no? Oye, oye, espera, no te vayas, ¿sabes donde vivo? El Mongo dijo que no con la cabeza, preguntándose en silencio si ésta no se había pinchado con alguna aguja usada, o algo así. Vivo aquí, arriba de la farmacia. Él se imaginó, entonces, al panadero viviendo sobre la panaderia, al policía viviendo en la comisaría, y a la pescadera viviendo en el mar. ¿Ah, si? ¿Y es bonita tu casa? Ella dijo que si esperaba cinco minutos se la enseñaba, total, ya iba a cerrar igual. Él dijo que sí, y puso como condición un vaso de limonada bien frio, para meterse la aspirina. Y ella aceptó el trato.

Después de subir unas escaleras raras, con fotos de muertos, llegaron a su casa: un cuarto con una cama, una tele y unos cuantos libros de enfermería regados por el suelo, no funciona mi radio, dijo, ponemos la tele nomás. El Mongo asintió mientras bebía limonada, y se preguntó cómo se vería ella sin bata blanca. No había más sitio para sentarse que la cama, que olía a rosas. Ella se sentó al lado y, sin más preámbulos, simple y llanamente, le metió la lengua hasta la faringe. En la tele Bruce Lee pateaba una lámpara y hacía volar chinitos como si fueran gente que no se ha sujetado bien en la montaña rusa. Ella se le trepó encima y él se preguntaba si, entre tanta farmacia, al menos en ese cuarto había un par de condones. Ella se levantó de golpe y, más rápido que la mujer maravilla, se quedó en pelotas, iluminada solo por la luz que se colaba por la ventana. Él inclinó la cabeza hacia la derecha para verla mejor y ella volvió a subírsele encima.

Pero.

Cuando él, quiso quitarse la ropa también, ella lo detuvo, le dijo que no, que eso no, que sólo besitos y tocaditas, pero de meterla nada. Él, se rió incrédulo, ¿me estas vacilando, so cojuda? Y ella no me insultes ¿ya? Que soy una señorita. El Mongo bajó las escaleras y antes de abrir la puerta esperó a que su erección delatora e inútil desapareciera. Llegó a su casa, y encontró a su viejo que, sentado frente al televisor veía también a Bruce Lee. ¿Dónde has estado? Preguntó por cumplir, y el Mongo sin ganas de inventarse nada le dijo que en la casa de la chica de la farmacia que se ha calateado para mí. Su viejo apartó la vista de la tele entonces, y después de mirar al Mongo de arriba abajo se cagó de risa para después soltarse un inolvidable, si huevón y yo soy el rey de España.

No hay comentarios: