lunes, julio 28, 2008

The Continuing Story of Pablo Mármol


La biblioteca de Vallecas está llena. Los sillones baratos (2) están ocupados por viejas que ojean por milésiva vez el Lecturas o el Qué me Dices! que han traído de casa. Él las maldice, putas viejas, sólo vienen por el aire acondicionado. Busca en la sección de discos un par de CD’s de Dio y coje también un libro de ciencia ficción y uno de cuentos para su hija, a la que ha dejado jugando con la Wii. Camina por su barrio y odia a todo el mundo, a los sudamericanos que han invadido sus calles, a las rumanas que están buenas y ni lo miran, a los negros, que venden bolsos falsos de Dolce&Gabana. A todo aquél que no es de su familia. Desde su ventana ve un campo de fútbol, pero nunca ha pateado una pelota, aunque se llena la boca para hablar del Real Madrid o de España campeona de Europa. Nunca ha hecho un gol de cabeza, ni a acertado un lanzamiento de tres puntos, y mucho menos ha ganado un set. Tiene cuatro amigos, raros como él, que lo han acompañado al último concierto de Metallica, vestidos todos con camisetas compradas por sus mujeres y jeans. Hablan de sus cosas mientras beben cerveza, y miran con el rabillo de ojo a un grupito que, alegre, disfruta también de la noche pero sin renegar del mundo.

Vuelve a casa y pone la tele, su programa favorito es Gran Hermano, y se sabe, además, todos los chismes de la farándula. Si este se acostó con el otro, que si ella le puso un juicio a su jefa, y no te pierdas el último capítulo de Aída, humor intelectual al máximo nivel. Pablo Mármol, duerme al lado de su mujer que ha quedado elefantosa después del parto y reniega de su puta suerte y de los pelos que deja, contra su voluntad, en la almohada.

Despierta muy temprano, coge dos bollos de la alacena y sale rumbo al trabajo. Odia a todo el mundo que va en el metro, sube al máximo el volumen de su walkman y trata de que nadie lo toque, al bajar, en la avenida de América. Lo veo llegar, y me hago el loco, sigo con mi libro. Él me ve también y se acerca a mi asiento, me quito un headphone, sólo to be polite, y él, annoying, dice no hace falta que dejes tu music, mr. people. Mi sonrisa no me jodas sale sin que la pueda controlar y nos vamos juntos, pero no revueltos, en el bus al trabajo. Al llegar me siento en mi mesa y él en la suya. Estoy seguro que hoy, también, descargará todas sus frustraciones sobre mí, pero yo, como siempre, sabré que a las cinco y media, seré un poquito más feliz que él y los que lo rodean, porque a mí al menos me pagan por aguantarlo.

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