lunes, julio 07, 2008

El puto Sheriff


Tuve que abofetearme un par de veces, para creer lo que estaba pasando. Hubo momentos en que creía que estaba en casa, viendo uno de mis DVD’s musicales, sentado en el salón frente a mi nueva pantalla plana. Mientras cantaba Estopa yo comía una hamburguesa y bebía cocacola, ignorando al mayor de los hermanos que se quejaba de ser telonero y que sólo tenía una hora para cantar sus canciones (todas son iguales, o casi, así que mejor te callas). Cuando al fin se calló, María y yo buscamos posiciones para ver el siguiente concierto: Alejandro Sanz. En el intento, la pobre se llevó un pisotón (anda que ir con sandalias a un concierto, que pocas luces, mamita) que la hizo gritar de dolor, mientras yo aspiraba el humo de un porro que alguien había encendido a mi lado. Baila María baila, que esa rumbita esta buena.
Sale Alejandro y me acuerdo de Evelyn que decía que se casaría con Ricky Martin y Alejandro sería su amante. Con cada canción me aparece la cara de una mujer en la mente. Canta “Y si fuera ella”, y es Helen, luego “Mi Soledad y yo” y es Guisella, “Te lo agradezco pero no” y es Verónica, intento llamarla pero me acojono y cuelgo, ruego a Lucifer que su teléfono no haya soltado los acordes de Mike Oldfield que tiene como politono. ¿Qué te pasa?, me pregunta María, Son muchos recuerdos, le digo, demasiados para un pobre corazón. Si no fuera por esos recuerdos, el concierto de Sanz hubiera sido una mierda, fue in crescendo y lo cerró con “No es lo mismo” pero ya era demasiado tarde. Todos estábamos esperando a La Policia.

El espacio empezó a reducirse y el aire escaseaba. Creo que nunca estuve tan agobiado en mi vida, como entonces, a veinte metros del escenario y rodeado de cien mil personas. Te sientes una hormiga, un grano de arena, una coordenada del GPS. Mira a la pantalla María, le dije, como los monos, o te entrará la ansiedad. Como siempre pasa, un minuto antes del concierto se puso delante de mí un tio de dos metros y tuve que moverme estratégicamente para recuperar mi campo de visión. María se perdió entre la multitud un par de minutos, pero la encontré rápidamente. Un conteo regresivo anunciaba que faltaban nueve segundos para el concierto, ocho, siete, seis…Putamare' tío Hugo, tendrías que estar aquí, ya estaríamos borrachos y felices, qué huevon eres.
Salta Sting al escenario y entonces es cuando tras las primeras notas de su "Message in a Bottle"creo estar en casa. Eres el puto amo, grita uno, y me trae de vuelta a la realidad. Su voz es perfecta digo en voz alta, si son tres tíos que suenan mejor que los veinte que tenía antes el Sanz de los cojones. Sigue el concierto y Sting presenta a sus dos amigos, como si nadie los conociera ya, suenan más canciones y yo me olvido de María por veinte minutos mientras salto abrazado a dos desconocidos que tienen 15 años más que yo, calculo, y cantamos De Do Do Do, De Da Da Da, is all I want to say to you, hasta que mi garganta se rompe. Después de despedirse en falso, vuelven y suena “Roxanne” (¿que harás Roxanne? ¿Sigues casada con el negro?) que canto de principio a fin. Encuentro a María y veo que está emocionada hasta las lágrimas cuando suena “Every breath you Take”, yo también estoy emocionado, pero me aguanto como los machos, es un instante eterno, sublime, me imagino que sería lo mismo si delante estuviera John Lennon cantando "Imagine" o Paul McCartney con su bajo y tarareando "Yesterday". Me da un vuelco el corazón, oh can’t you see? You belong to me.

Los chicos se van y estallan mil fuegos artificiales que iluminan la fresca noche madrileña, el asfalto bajo nuestros pies se ha derretido con el calor humano y se me pegan las zapatillas al salir. No encuentro el coche y cuando lo hago, al fin, tengo que esperar una hora y media para poder salir del parking. Todos los que vamos en la A-3 de camino a Madrid hemos estado en el concierto, ves las caras sonrientes y sabes que estas cosas pasan una vez en la vida, reconozco al mini cooper que estuve a punto de destruir al hacer un pirula en el parking, si no fuera por María que gritó ¡cuidado! le hubiera roto el faro derecho. Llego a casa y duermo, mi compañera de concierto acepta gustosa mi sofá y seis horas después desayunamos en la cafetería del hotel NH.
-¿Qué vas a hacer ahora?
- No sé, tirarme en el sofá y pasarme el día en calzoncillos, me imagino. O ir a ver a mis padres.
- Yo voy a hacer unas compras, hoy está todo abierto.
- Haces bien, yo debería hacer lo mismo.

La acompaño hasta su coche. Hemos pasado la noche juntos, guapetona, háblale bien de mí a tus amigas. Llamo a mis viejos y están en la piscina jugando con su nieto, me lo pasan, hola piraña, le digo, hola pirañita te he traído una sorpresa de Perú, me dice. Dicen que estarán todo el día en plan veraniego, así que decido pasarme el día en calzoncillos escuchando música y leyendo el periódico que acabo de comprar. Pongo la tele y está Alonso que sale mal con su Renault y el negro Hamilton se dispara, esto está acabado. Nadal juega con Federer, dos sets a cero, esto está acabado. Suena el teléfono, es Sol, le cuento cómo pasé el día anterior, hablo de Sting, Zucchero, Suzanne Vega, Alejandro Sanz, las hamburguesas las cervezas y los bikinis. Mientras ella me cuenta cosas del Tour de France suena mi móvil, veo en la pantallita el nombre de Verónica, que cuelga enseguida. Mierda, pienso, parece que anoche su teléfono si llegó a timbrar. Puto Mike Oldfield.

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