martes, julio 08, 2008

Te espero sentado (como un dog)


¿Cuántas veces te han plantado? Me pregunta, así, como si no doliera, fumándose un Marlboro Light. ¿Cuántas, ah, cuántas? Y vuelven a mí la vergüenza y el desazón de esas tardes en que flaco, ojeroso, cansado y sin ilusiones, volvía a casa derrotado (no tengo pasiones) tras comprobar sin mucha sorpresa que mi compañera eventual no había aparecido. ¿Te imaginas que sí estaba, pero que te vió y se piró? Dice, sádica, una mierda, por eso me gustas, dándole otra calada al cigarro creyéndose Lauren Bacall, pero yo no soy Bogart.

Le cuento (no sé por qué) que la primera vez, fue una cita de esas que uno no pide. Vas a llevarle esta carta, me dijo Percy, y le dices que la escribí yo. Obviamente, mi admiración por el hijo de periodiquero era por esos días inmensa y hacía todo lo que me decía. Se supone que Mili me esperaba al salir de su colegio de mala reputación en un barrio de yonquis y rateros, y allí estaba yo con mi carta en la mochila esperando a que ella saliera blanca, sonriente y con la falda tres palmos por encima de los que mandaba el código de conducta escolar. Yo creía estar enamorado de ella, pero después descubrí que creía que me gustaba porque era la favorita de Percy, y entonces, si él decía me gusta la salsa, yo, como fiel y huevón escudero decía, a mí también. Ella nunca apareció, y me quedé esperando una hora completita, que comprobé gracias a las campanadas de la iglesia en la que había recibido, no hace mucho, mi primera comunión. Rompí la carta en mil pedacitos y al día siguiente le mentí al pánfilo de mi amigo, que, acostumbrado a no recibir respuesta de su amada, se limitó a pedirme que le escribiera algo mejor, pa’ la próxima. Cuando volví a ver a Mili, cinco años después, en una fiesta, le pregunté porqué no había acudido a la cita. Ella, aderezada por el cóctel de maracuya, me dijo que Percy no le gustaba, y menos que yo fuera tan pavo como para dejarme mandar.

- ¿Y eso es que te dejen plantado? – dice y pide otra jarra de cerveza. Yo sigo engullendo el picadillo de León que he pedido.
- Esa fue la más suave de todas, no te emociones, comadre.

La segunda, como venía diciendo, fue mucho mejor en el ranking y el humillómetro llegó hasta el máximo nivel que mi joven mundo conocía. Ella me había citado en su casa, mis viejos no estarán el viernes, me había dicho, ven y hacemos algo. Me compré un polito quicksilver, para tener pinta de surferito, y me quedé tres tardes seguidas tostándome al sol como un grano de café. La emoción me embargaba y le dije a mis amigos que al fin iba a debutar, porque la chica más guapa de la cola del autobús me había invitado a su casa. No puede ser, decían ellos, y remataban con un siempre bien ubicado, no hay maricón sin suerte. La ansiedad de quinceañero también se notó en casa, pero fue mamá la que supo mis planes, después de jurar por Jose Luis Rodríguez que no le diría nada a nadie. Uy, papi, me dijo, ¿no será peligroso? ¿Y si esa chica es una fumona, o algo peor? Le recordé que había una puta en la familia, y no por eso la gente del barrio nos dejaba de hablar, no pudo rebatir mi argumento y se limitó a pedirme que lleve condones, que soy muy joven para ser abuela.

- Típico. Una siempre será joven para ser abuela.

Cállate un poquito, anda. Llegué a la dirección que me había escrito en un papel, en un barrio residencial cerca al mar. Me había dicho que bajara en el puesto de periódicos, cuatro cuadras más allá de la universidad. Allí estaba yo, perfumado, peinadito y con talco en las zonas que debían tener talco, buscando, papelito en mano, la dirección de la chica más guapa de la cola del autobús. Di varias vueltas a la manzana, pero no encontraba la calle. Además no había ni un alma a la que preguntarle. Volví al puesto de periódicos y le pregunté a un jubilado, no sé, flaquito, esa dirección no me suena. Paré un taxi, pero el chofer tampoco sabía dónde estaba eso, y la próxima vez no me pares pa’ preguntar, chibolo. Me senté un rato en un parque hasta que, resignado, cogí un bus en sentido contrario y me fui todo el camino preguntándome si había anotado bien la dirección.

- Esa estuvo mejor, yo también doy direcciones falsas y números telefónicos que no existen.
- Eres un poquito hija de puta ¿no?

Pero la que recuerdo con más rabia está relacionada con Shemi. Aunque no fue ella la que me dejó sentado en la estación con mi vestido de domingo, sino su hermana (de la que no recuerdo el nombre). Yo había prometido ir a recogerla a su universidad y bajar luego por Santa Beatriz a tomar unas cervecitas. Ella me había pedido un par de veces que lo hiciera y yo me resistía, sobretodo porque la que me gustaba era Shemi, y ella odiaba que hablara con su hermana. Tenían una especie de pacto de no agresión.

- ¿Estaban buenas?
- Shemi sí. Buenísima.

Su universidad era una de las decenas que habían inundado Lima como opción privada a la gente que no tenía suficientes neuronas para aprobar el examen de ingreso a una universidad normal. Se llamaba Alas Peruanas, y yo, hasta entonces, creía que era una academia de aviación comercial. Llegué después de clases, como habíamos quedado, y me senté en un banco del minúsculo patio de lo que debía haber sido una casa señorial del siglo XVIII. Había varios grupos de estudiantes que miraban desde los balcones y sospecho que en alguno de ellos estaba la hemana de Shemi, que no quiso acercarse.

- Anda, esa sí que te vió y se piró, entonces. – dijo, emocionada.
- Podría decirse que sí – le dí una calada a su porro, que acababa de encender -Pero no me importó una mierda y me fui en cinco minutos. ¿Con quién habías quedado esta noche?
- Con un imbécil – recuperando su porro, sin soltar el humo – pero decidí irme antes de que llegara. ¿y tú?
- Con una. Pero ha tardado más de diez minutos y ese es mi límite, por eso decidí venir a tomar algo – digo, sin ganas, buscando cheques gourmet en mi bolsillo y dejando dos de cinco euros sobre la mesa. Me levanto - ¿Qué haces ahora?
- No sé, llamaré a unas amigas. Deben estar por La Latina, me imagino.
- Yo me piro.
- Podemos quedar un día de éstos.
- Ya si eso, te llamo yo.

Al ir hacia el metro veo a la chica con la que había quedado una hora antes, me imagino que acaba de llegar. Apago el móvil y rodeo la plaza. Vuelvo a casa y descubro que la chica del bar a escrito algo en mis cheques. “ yo nunca llego tarde 625836897”. Sonrío de lado y tiro los cheques sobre la mesa del salón.

No hay comentarios: